miércoles, 20 de octubre de 2010




SE REPRODUCE POR GENTILEZA


El desaparecido Tito Conti, dueño del Bar La Academia (luego denominado “Bar de Conti”) nos relató una vez acerca de los viejos carnavales, donde aparecían comparsas coloridas y con apelativos curiosos.
En medio de la nostalgia por esos años (tal vez de sus años jóvenes) don Conti relataba el caso de una comparsa, denominada Los Negros Escoberos, al parecer – según sus dichos- formada por gente de mal vivir.
Eran gente blanca, que con los rostros pintados de negro, simulaban africanos, con vestidos de colores y portando cada uno una escoba como signo o emblema. En una entrevista con el antropólogo Nino Volpe, don Conti decía:
“...los negros escoberos partieron de la esquina de Iriondo y Vélez Sarsfield, los famosos negros escoberos de los carnavales, que en las escobas tenían un cuchillito, algo, por si había algún lío, esos eran los famosos negros escoberos…”
Tito Conti abundaba, ya en nuestra entrevista, que estos singulares participantes de los corsos eran bastante peligrosos, ya que en las escobas, bien oculta, estaría un cuchillo u hoja filosa, que los tornaba, al menos, “riesgosos de tratar”.
La esquina de Vélez Sársfield e Iriondo es, en la memoria barrial, la más antigua del barrio, y se identidfica con el origen.
Curiosamente, el también fallecido Luis Doufour y el historiador del barrio, Salvador Terrazzino, aseveran la misma cosa: la existencia de un grupo de personas, “cuchilleros” que formaron una comparsa denominada Los Negros Escoberos, que portaban el cuchillo, entre las pajas de su emblema, la escoba.
Leamos a don Terra, en su libro ¿Remember, Refinería?: "En épocas de carnavales, aquellas de los famosos corsos de barrio, en la cortada Arenales se formaba una murga, la de los “Negros Escoberos”. El director dirigía la batuta y cada cual respondía haciendo su parte, todos disfrazados y pintada la cara con carbón, uno con ropas de mujer portaba una escoba que tenía la particularidad de llevar un cuchillo disimulado y oculto en la punta, que usaba sin hesitar en casos de agresión por murgas rivales…”
El autor enfrenta las murgas de escoberos de Refinería con las de Tablada, ambos barrios conocidos como “Barrios de la Puñalada”. Estas peleas según el historiador eran por “defender el territorio” y “por el gusto de pelear”. Arenales es el "Refinería Profundo", el sector donde estaba lo más pobre del barrio, pero también era parte de los orígenes de Refinería. paradójicamente, el libro de Terrazzino abunda mucho más en Avenida Alberdi que en esos lugares antiguos.
No era de extrañar que las historias barriales más antiguas surgieran de los lugares mas viejos, incluso las más raras, sabrosas o particulares.
Sin embargo, la ocurrencia de disfrazarse de negros para carnaval no era original.
En Buenos Aires era famosa la Sociedad Los Negros, allá por 1880, que festejaba los carnavales. Todos eran blancos pintados al carbón, pero se fotografiaban a "cara limpia". También eran conocidos por 1910 los Negros del Cake Walk, de inspiración jazzistica, a la Al Jolson, gente blanca con rostros ennegrecidos y levitas rayadas.
En 1900, según sabemos por Rafael Ielpi en su libro “Vida Cotidiana. Rosario (1900-1930)", nuestra ciudad tenía dos grupos de este tipo: La Sociedad Los Negros Africanos, y Los Pobres Negros Africanos, que bailaban en “troupes”, formaciones luego llamadas murgas.
En Santa Fe, las comparsas más famosas eran Los Negros, de 1883, formada por obreros (blancos). Se recuerda al mulato Demetrio Acosta, apodado El Negro Arigós (apellido de su familia adoptiva), que formaba parte de una comparsa de 1901 llamada Sociedad Coral Carnavalesca Negros Santafesinos. Arigós- un negro de verdad, era el bastonero, y usaba una escoba muy adornada con flores y cintas. Arigós, ya mayor, participaba sentado en una silla, pero su líderazgo continuó hasta su muerte en 1951 a los 73 años, lamentablemente 16 días antes que su murga cumpliera 50 años, meta que era su esperanza.
Recordemos que los negros sobrevivieron en Santa Fe hasta hace relativamente pocos años. Rosario posee otro tipo de conformación histórico-demográfica, que hicieron siempre a ese grupo social menos influyente en las tradiciones.
Es indudable la coincidencia entre los tres entrevistados (Conti, Terrazzino y Doufour), pero dejaremos por ahora de lado la existencia real de estos personajes, los cuales bien pudieron tener nombre y apellido, pero también formar parte de un folklore muy particular.
Veamos el origen de estas curiosas murgas, que lo tienen bastante definido.
Los negros, tanto en Argentina como en Uruguay, provenían de diferentes etnias de Africa, y desarrollaron, a lo largo de los siglos XVII y XIX, una cultura amalgamada a la española, donde vivían su tragedia de hombres cautivos de por vida.
Entre las costumbres de los africanos estaban sus rituales sociales y religiosos, uno de los cuales se volvió famoso: el candombe o candomblé.
Oscar Montaño, en la revista Oralidad Nº16, publicada por la UNESCO (2009), habla del candombe como la danza y la expresión musical-religiosa más importante de los negros en estas tierras.
Esta palabra provendría de la palabra ka (Las) y Ndomble (naciones de Angola).
Consistían sus ritos en bailes coreados, con un director de la ceremonia y varios personajes característicos, propios de estas ceremonias sociales y al mismo tiempo, religiosas. Cada nación poseía sus ritos, su rey y sus guerreros, su santo principal era, generalmente, San Baltasar, el rey mago negro (imagen a la derecha).
Los candombes, ya como danzas negras y en este esquema social, se practicaban por naciones, o sea por tribus. Las danzas eran mixtas, y no por pareja, y cada danzarín tenía una parte rigurosamente establecida en el baile, que era también un ritual.
Cada tribu “competía” en el baile, a fin de destacarse, ya que no podían establecer una guerra por el predominio local, en un país donde estaban cautivos. Al integrarse a la sociedad colonial, ofrecían estos bailes a las autoridades coloniales como un homenaje, y ese es el origen del baile pautado, desfilando, que luego copió la murga del siglo XX.
En esos bailes, los personajes típicos eran La Mamá Grande, o personaje maternal, sabio y bondadoso, siempre vestida de blanco y Reina de la Comparsa; el Portabandera, que identificaba al grupo; el Gramillero o brujo, de galera, con sus hechizos y misterio; y finalmente el famoso Escobero. Éste era un personaje director, con su vestimenta particular.
Con el torso desnudo, vestía un pantalón corto generalmente rojo o verde, sandalias atadas con cintas, y un mandil o delantal de cuero con espejitos que brillaban al bailar. Su escoba estaba decorada con tela, espejos, cuentas, cintas o flores.
Era el que conducía la murga, el bastonero y a la vez el líder. Su canto era rítmico y regulado, acorde a los tamboriles, y formando un pie musical o estribillo:
- ¡Calungan-gue, calungangué!
Y el resto de la murga respondía varias veces, acompañando los tambores:
- ¡Oye-yé- yumbambué! ¡Oye-yé- yumbambué! ¡Oye-yé- yumbambué!
Al competir con otras Naciones por la espectacularidad en los desfiles, se hacían los llamados candombes a la buena, donde los Escoberos peleaban entre sí, siempre danzando, por el predominio tribal. Para eso, trataban de hacer caer a su rival mediante zancadillas, golpes ocultos y, por supuesto, mediante su escoba como arma, generalmente para trabar ágilmente las piernas del adversario. Esto era parte de la danza misma, y la habilidad era una virtud. El Escobero también era mago, y atraía y provocaba la buena (o mala) suerte. La escoba "abría el camino" a la suerte de la murga.
De todo esto, podemos hipotetizar la suposición posterior que el escobero era un personaje hábil, tramposo, ladino y a la vez, admirado.
Las Naciones se desafiaban en lo que aún hoy en Uruguay se denominan “llamadas”: desafiantes cantos de "guerra" para la competencia entre murgas en carnaval.
Podemos aventurar que las murgas de los carnavales rosarinos recordaban a este personaje del candombe, y Los Negros Escoberos bien podrían llamarse, de alguna manera, “De los Bastoneros”, ya que en el candombe, el escobero era uno por Nación africana, y uno por murga. Culturalmente, era imposible más de uno por grupo.
Entonces, la adopción de formas culturales negras, mediante la deformación que suponía adaptarlas al carnaval europeo-argentino, presupuso necesariamente una nueva concepción. Los Negros Escoberos rosarinos, dada la memoria popular y al derivar de características antiguas, como "imagen" deberían ser gente ladina, y hasta cruel, peleadora y combativa, recordando lejanamente a los viejos directores del candombe africano.
La escoba, en su significado original, hasta podría haberse continuado en la actual superstición popular de no barrer frente a alguien, para no "barrerle la suerte".
De todo esto provendría según nosotros, el cuchillito en la escoba, la mezcla del personaje femenino mentado por Terrazzino (recuerdo tal vez de la Mamá Vieja) , la “lógica- ilógica” de la pelea (la “puñalada”) por gusto o un discutible predominio, en una rivalidad entre barrios lejanos, algo absurda y hasta de dudoso beneficio.
Debemos también recordar que los escoberos de la murga eran blancos, varios de ellos tal vez criollos o inmigrantes, y que los corsos barriales eran localizados, limitados a tres o cuatro cuadras, no mucho más.
Podemos hipotetizar que los Negros Escoberos son una creación popular –sea real o legendaria- en base a vestigios de culturas lejanas, extrañas y por ende atrayentes y motivadoras. Fueron una murga y un exotismo, es cierto, pero menos interesante que su danza fue esa escoba traicionera.
Nada mejor que estos ingredientes extraños para crear una leyenda, y bastó el sabor de lo viejo, exótico y peligroso para recalcar el detalle: sin ese cuchillo en la escoba, nuestros tres vecinos hubiesen olvidado la historia sin pena ni gloria.
Para el Museo, la verdadera existencia (existencia histórica) de Los Negros Escoberos no es en el fondo importante: se reduce a un dato. Pero sí nos interesa la supervivencia de rasgos africanos en una cultura aluvional - inmigratoria fuertemente europea.
Podemos afirmar que Conti, Dufour y Terrazzino nunca se arrimaron siquiera a estos personajes. No dan nombres, ni siquiera dan fechas o épocas de esas correrías carnavalescas: bien pudieron ser en 1900, 1930 o 1950. Suponemos el período entre 1930 y 1950, época en que el barrio era "bravo", por la alta desocupación y la marginación consecuente, aunque es una mera suposición. Ninguna revista (monos y Monadas, Gestos y Muecas, Plumazos) ni de ésta ni de épocas anteriores, menciona la comparsa, ni siquiera los carnavales, ya que era un barrio esencialmente obrero, aunque las crónicas burlonas sobre el barrio o acerca de las fiestas en Avenida Alberdi son frecuentes.
Ya en la década del 50 al 60 se celebraban corsos barriales, pero ahora con abundante testimonio de los vecinos.
Dudosamente –y sin querer faltarles el respeto- ninguno de ellos jamás hubiera intentado comprobar la real y concreta existencia del amenazante cuchillo en la paja de la escoba. Los tres son hombres de buena familia, trabajadores y poco adeptos a intercambiar con la "runfla" del barrio, que era justamente la que formaría esa murga. Pero sí podemos aseverar que sus historias y relatos son las de un barrio que ha sabido crear, mediante retazos de oscuras y viejas culturas ajenas, sus propias leyendas, sus propios rituales y sus propios misterios.
Tal cual lo han hecho todas la sociedades del mundo, desde siempre.




TITO CONTI ENTREVISTADO POR NINO VOLPE




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